…”combis limeñas”….
por : Fernando Bravo Prado
En Lima, en este monstruo gigantesco repleto de humanos. En esta ciudad que de “jardín” sólo le queda el recuerdo de una antigua época de esplendor y de romanticismo; en esta ciudad donde para asaltar una pollería le disparan a una mujer embarazada, donde balean a una niña de tres años por un fajo de dólares, donde liberan a pedófilos por falta de pruebas, donde los jueces reciben “regalitos” por inclinar a la justicia, donde los mismos policías pertenecen a las bandas que deberían perseguir, donde te puedes ganar un balazo por la módica suma de veinte soles, donde la venta de droga ya no es una actividad clandestina porque se da a vista y paciencia de todo el mundo; donde te matan por un celular, por un taxi viejo, por un simple “queco”; donde vivimos a la espera de la puñalada, donde aguardamos el momento en que nuestra suerte se termine a la luz de un sol opaco y triste. En esta Lima violenta y risueña existen también, unos artefactos cuya misión es transportar a las personas por entre las partes del monstruo gigantesco; me estoy refiriendo a las combis y su andar caótico por nuestra Lima gris.Nadie sabe en qué momento se multiplicaron como cuyes, la cosa es que un momento a otro, como si una inmensa hormiga reina hubiese parido a millares de pequeños engendros, aparecieron por toda la ciudad estos armatostes que asociados a empresas que en su mayoría tienen nombres de divinidades cristianas: “Empresa de transportes Señor de Muruhuay”, “Empresa de transportes Divino Jesús de Mamacona”, “Empresa de transportes Cruz de Motupe”, y sustantivos por el estilo; recorren las miles de calles de nuestra ciudad para brindarnos el servicio de transporte que no merecemos, pero que necesitamos, por una especie de mal necesario.
No necesito ser un experto en temas urbanos para darme cuenta que el servicio brindado por las combis es una porquería, basta subir a sus destartaladas unidades para comprobar que el abuso, la falta de respeto, la arbitrariedad, la irresponsabilidad, la falta de criterio, la ignorancia, el mercenarismo, la temeridad, el desprecio por el consumidor y el salvajismo; son las cualidades que caracterizan a este tipo de transporte inhumano y atroz.
Y no es que cuando me suba a una combi quiera que me coloquen música de Queen y me abaniquen dos geishas blandiendo hojas de plátano mientras viajo en una poltrona de cuero, ¡no! Esa no es la idea. Ya sé que si uno desea verdadera comodidad: o se compra un carro, o contrata un taxi; pero por otro lado, la gente que no tiene dinero, la que a duras penas puede distribuir lo que gana para sobrevivir, la que no puede estar gastando en taxis, la que probablemente nunca pueda comprarse un auto; ¿Están condenadas irremediablemente a soportar los horrendos viajes en combi por el resto de sus días sin opción a nada más?, ¿Tienen que callar nomás porque estas carcochas están en su destino?, ¿Esta calamidad es parte del gran cambio del retórico Alan, de las grandes obras de nuestros alcaldes cínicos, de la hipócrita política de reforma del estado de la que hablan nuestras momias congresales?
La verdad es que la incomodidad sobre ruedas parece incontrolable; No son los apretujos, la poca cortesía de los cobradores, la intransigencia del chofer, las que hacen inaguantable este servicio; tampoco se pide un transporte Premium en donde te adoren y te mimen mientras te cuelgas de un tubo de metal; se pide respeto, nada más.
Para empezar a detectar el cáncer del asunto, primero se debe pensar en la filosofía del transportista, ingresar a su mente, pensar como ellos. Ténganlo bien presente: NOSOTROS NO SOMOS PERSONAS, SOMOS MONEDAS DE SOL QUE DEAMBULAMOS POR LAS CALLES A LA ESPERA DE QUE ELLOS LAS RECOJAN. SOMOS METAL, SOMOS REDONDOS Y VALEMOS ESA CIFRA.
Así nos ven, no nos engañemos. Para los miles (o acaso millones) de transportistas, los ciudadanos de Lima han perdido la categoría de “personas” y nos hemos convertido en cosas, en objetos de cambio, en entes totalmente deshumanizados y tomados por simples mercaderías. Escúchenlos referirse a la gente (los reto), se refieren a nosotros despectivamente, nos llaman “punteros”, o “mancha”, y usan todo ese argot miserable, asqueroso y ofensivo. Si en sus carcochas escasean los pasajeros las llaman “hueso”, si el carro sólo tiene gente sentada sin nadie en los pasillos las llaman “planchao”, si los carros tienen a la gente rebalsando y casi saliéndose por las ventanas les dicen “sopa”.
Ni qué decir de esos extraños hombrecillos que realizan un trabajo totalmente externo e incomprensible. Me refiero a esos que languidecen en los paraderos a la espera de las combis, de esos que apuntan con avidez numeritos apoyándose en mugrientos tableros, de esos que a parte de la información numérica que entregan por escrito se las ingenian para esbozar rarísimas sentencias cuando las combis se detienen. - oye, “mono triste” está a cinco, “planchao” – De pronto, el carro avanza y se escucha a lo lejos- ah, y “care caballo” está a ocho, “sopa”- Cuando la combi se aleja del “datero”, uno queda desconcertado y tratando de saber ¿qué fue lo que el caballero quiso decir?, ¿a qué se refería?, y ¿Por qué es necesario que brinden esa información a los chóferes?
El caso es que esos números, al margen de que se entienda con certeza el por qué de aquellos cálculos, significan lo siguiente: Que los chóferes corran como locos, o avancen tan lento como la procesión de San Martincito de Porres. Son tiempos y perjudican al usuario.
Todo trabajo es digno, ya lo sé; pero ¿Es justo que en aras de que existan algunas plazas más de trabajo en el ámbito callejero se tenga que arriesgar la vida de la gente? ¿Cuándo estos “dateros” le indican a un chofer que va retrasado y que le están ganando la plaza de pasajeros acaso no pisan el acelerador con frenetismo? Lo cierto es que corren como salvajes, se desesperan por acortar las distancias, se mueven raudos como perros hambrientos en busca de alguna carroña, y muchas veces, qué duda cabe, matan a alguien o se estrellan en un muro por el simple hecho de que los “dateros” necesitan trabajar y los chóferes no pueden perder una sola pizca de dinero. Esta actividad de tener “informantes de ruta” repartidos por toda la ciudad debería erradicarse; hace daño, causa muertes, ocasiona retrasos innecesarios, y constituye una de las pruebas de que el trabajo chicha no es tan inocente y debe regularse.
Por otra parte, los “dateros “con sus lindos numeritos ocasionan también retrasos inesperados, las combis se transforman en rémoras, viajan en cámara lenta; se tornan aletargadas, y en una desesperante representación del abuso y el autoritarismo.
Pero para que no digan que uno es un renegón empedernido, debo anotar que hay cosas que pueden tolerarse cuando uno viaja en el interior de las combis; Se puede aguantar el mal olor del cobrador (a axilas la mayoría de las veces), que su uniforme (camisa celeste por lo general) de asco y esté hecho jirones, que los focos internos estén malogrados, que los asientos estén desvencijados, que los pasamanos estén oxidados, que los vidrios estén destruidos, que en los pasadizos huelan a kerosene, que en las paredes hayan láminas autoadhesivas que incitan al ocio y a la blasfemia (“mi educación depende de usted”, “aquí todo es chévere, el chofer, la música y el cobrador”, “Dios es mi copiloto” y demás adefesios), que en el interior de la bola de la palanca de cambios se aprecie un horrendo escorpión amarillo, que te atormenten a todo volumen a la gente con la voz desafinada de Abencia Meza, con los alaridos de Toño Centella y con los huaynos de Sósimo Sacramento. No hay problema, que luzcan su mal gusto ridículamente felices; que sigan poniendo en las partes posteriores de sus unidades este tipo de frases: “tu envidia es mi fuerza”, “A mis tres amores, Dayana, Esther y Soila”, “guíame Cruz de Chalpón”, entre otras perlas. No importa, eso es soportable; no interesa que casi siempre sean reacios a entregar boletos (con la clara intensión de evadir los impuestos municipales), que sus extinguidores no sirvan para apagar nada, que en sus botiquines sólo haya un par de curitas, que los chóferes se saluden con sus colegas de ventana a ventana pronunciando una sarta de lisuras, que cambien las rutas de acuerdo a sus conveniencias y pretendan “pasarnos la mano” con la devolución del importe de cincuenta céntimos, que los cobradores constantemente se animen a proferir groserías delante de la gente; todo eso, aunque fastidia bastante, es tolerable y uno puede echárselo a la espalda.
Pero hay cosas que son imperdonables en el interior de las combis. Para empezar, este es un servicio público y está sometido a las reglas de la sociedad y el estado, una combi no es un barco pirata que cruza el atlántico en donde el capitán (o sea, el chofer) establece sus propias prerrogativas. Dicho esto tengo varias preguntas: ¿Por qué se detienen donde sea a penas una persona les muestra el dedo? ¿Por qué para que abordes sus infectas unidades te suben el carro hasta la vereda y para que te bajes te dejan en medio de la pista?, ¿Por qué tenemos que soportar que frenen de golpe sin considerar a la gente que se viene hacia adelante por la inercia?, ¿Por qué tiene que darnos gracia cuando ejecutan una maniobra temeraria?, ¿Por qué si protesto por el salvajismo me invitan a tomarme un taxi?, ¿Por qué perpetran tremenda falta de respeto contra el consumidor y permiten el ingreso de mercachifles de mal vivir?
Recuerdo un episodio de mi adolescencia, estaba sentado en una unidad grande, creo que era “El Chama”, cuando de pronto, presencié el abordaje de un ambulante vestido andrajosamente y con cara de haberse drogado seis días seguidos.
-Señoras y señores, quiero interpretarles una canción, disculpen que interrumpa de esta manera su bonito viaje, pero no crean que he venido con las manos vacías, pasaré por sus asientos ofreciéndoles estos ricos turrones; estos ricos productos golosinarios, empezaré por la parte de adelante y estaré terminando por la parte de atrás.
Acto seguido, este horrible personaje empezó a emitir una serie de sonidos que, aunque mis conocimientos musicales no son muy especializados, no configuraban, de ninguna manera, como música.
Creo que murmuraba una canción de “Locomía”; el caso es que cuando el mamarracho finalizó, se dispuso a pasar por los rostros de los pasajeros una bolsa repleta de turrones. Debo anotar que cumplió respecto al anuncio de que iba empezar por la parte de adelante y terminar por la parte de atrás. Nadie le compró un solo turrón, creo que la gente que en vez de la canción “Loco Vox” interpretó la bullanguería gutural como un insulto.
La reacción del mercachifle fue violentísima; escupió a una señora, le estampó un combo en el ojo a un anciano, e insultó con lisuras inverosímiles al resto de los pasajeros. ¿El cobrador y el chofer?, bien, gracias. Estaban ocupados trabajando e ignoraron completamente el hecho.
Sentí indignación, sentí vergüenza de vivir en esta ciudad de cartón y de locuras.
Y los ladrones, ah esos infelices. Las combis son muchas veces sus centros de operaciones y tienen carta libre para desvalijar a los pasajeros con la venia tácita de los transportistas.
El tráfico asfixiante, otro de los legados de las combis, otra de las herencias del superhabit de unidades de transporte público. El sonido ensordecedor de los cláxones, una muestra clara de que no sólo son un montón sino que también son ruidosos.
Yo puedo entender que el transporte es un negocio y que hay que llenar los carros. Perfecto, eso lo comprendo; Pero lo que no me entra en la cabeza es que no entiendan que llenar las unidades es una cosa y repletar inhumanamente los vehículos es otra cosa muy distinta. La frase más recurrente en ese aspecto y que siempre se da cuando la unidad está reventando de incautos es esta: “señorita, colabore pues por favor, al fondo está vacío”.
¿Al fondo está vacío? Lo que pasa es que estos malditos no nos ven como personas, son mercenarios que por dinero son capaces de cualquier atrocidad, les da igual transportar a gente, que llevar pollos, vacas, ratas o botellas.
¿Por qué nos cobran los pasajes sacudiendo una mano repleta de monedas?, ¿Por qué se desfogan con los usuarios por las papeletas que la policía les encaja?, ¿Por qué tienen el desparpajo de hacer huelgas pidiendo aumento de pasajes?, ¿Por qué tienen la desfachatez de subir sus tarifas cuando su maldito gremio para?, ¿Por qué? ¿Acaso es navidad, fiestas patrias o año nuevo? ¿A nosotros qué nos importa que sean unos amarillos de mierda y trabajen cuando sus colegas han parado?... El tema es denso y complejo, la actitud de los señores, bárbara y abusiva.
Es bien sabido que cientos de delincuentes retirados engrosan las filas del servicio de transporte público, se sabe perfectamente que la gente que ejerce esta labor no tiene ningún tipo de preparación en cuanto a la legislación y los derechos de los usuarios; sería hipócrita y hasta cándido no admitir que este trabajo es realizado en su mayoría por individuos ignorantes y sin escrúpulos.
Sólo algo más, para mí una combi es igual a una custer, a un ómnibus, un micro, un camión con asientos, o una basura rodante.
No puedo borrar de mi mente, (aunque me froten en los ojos la cantaleta de que están ordenándose), el cerro de muertos que han causado, las caras de idiotas de los choferes que han arrollado a alguien, los despistes, las volcaduras, las pruebas de alcoholemia positivas, sus brevetes falsos, sus unidades viejísimas.
Pero la solución no está en llorar triste y desconsoladamente como una niñita abandonada, acá hace falta mano dura para acabar con esta plaga, medidas fuertes y contundentes para darle solución al dilema, un líder que se decida a pasar a la historia cambiando este caos, rompiendo este desastre. Sinceramente no veo en ni uno solo de los políticos actuales el perfil del destructor de este cáncer, más bien reconozco en nuestra clase política a una sarta de hambrientos a la caza del dinero del erario público.
Me da lástima ver al ministro de transportes chupando pisquitos en un ágape, al presidente de la república comiendo tamales, al ex alcalde de Lima cubriendo las trazas de sus robos. En este espectáculo estridente de las combis, no desentonan con sus corbatas rojas y sus discursos aburridos.
Eso del asiento reservado es una burla, es una medida que se respeta a regañadientes, ese es un dispositivo del estado para que parezca que hacen algo con las combis; “Los Covidas” viene a mi memoria sin querer, esas unidades de la década del sesenta que siguen circulando y que son el retrato vivo de una sociedad que aunque diga lo contrario, sigue en el atraso.
Fernando Bravo Prado.
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