…MIGUEL GRAU SEMINARIO…
…un 27 de Julio
de 1834 nació el hombre del milenio…
(Paita-Piura-Perú)
…un 8 de Octubre de 1879
partió a la inmortalidad…
"si el Huáscar
no regresa triunfante al Callao,
tampoco yo regresaré”
(Punta Angamos)
Como un recordatorio por el 178
aniversario del nacimiento del Gran
Almirante don MIGUEL GRAU SEMINARIO, deseo darles a conocer a ustedes estimados
compatriotas, en esta fecha en la que conmemoramos nuestro aniversario patrio, de un artículo que escribiera
don Abelardo Manuel Gamarra Rondó,
acreditado periodista y compositor más conocido como “El Tunante” al que tituló
“El último cumpleaños de Grau”, el mismo que dice así:
Grau estaba en Arica
Era el día de su cumpleaños.
Sus compañeros de a bordo quisieron
ofrecerle, con ese motivo, una comida íntima. Se había recibido orden de salir
aquel día, y antes de verificarlo pensaron reunir entorno del ilustre marino unos pocos amigos de lo que
más religioso cariño le guardaban. Se hizo el preparativo y a las cinco de la
tarde, media docena de caballeros, de los de tierra, estrechaban la mano de los
compatriotas del intrépido Huáscar, que como una niña bonita, mejor dicho, como
la niña de los ojos de Grau, se encontraba gallardamente acondicionado, botada
su obra muerta, aligerada su arboladura,
pintadito de nuevo, buen mozo y elegante, como sarcófago artísticamente
preparado para conservar las cenizas del marino más grande que ha tenido la América.
Demás será decir que fue servido el
primer cocktail en la cubierta, para respirar a pulmón abierto el “aire puro y sin malicia” como decía
Grau a su joven amigo el marino mercante Juan Boisé, aludiendo el aire del mar.
El Morro, ese pedestal formidable de
Bolognesi, se alzaba delante de los ojos con su bicolor y sus armas; allí, sobre
la cumbre, se oía el toque de las bandas de guerra y la lista de cinco, como el
alarido del puñado de leones que despedían al audaz compañero, encerrado en una
cáscara de nuez.
A pesar de la alegría de los espíritus,
como no hay adiós que no sea triste, se pudiera decir que era la escena melancólica;
el mar sereno, dormido como fiera a los pies de su domador, el peñón imponente;
sobre las cabezas el infinito de los cielos; en el horizonte, la esperanza.
A las cinco y media, todos estaban a
la mesa, bulliciosa y alegre, sin etiquetas ni formalismos.
Grau era hombre sencillo, bondadoso,
sin afectación ni apariencia; formado en el trabajo, hecho en el mar, como
Cincinato en el campo; nunca pareció otra cosa que el más bueno de los
corazones y el más humilde de los hombres.
A su lado, los pobres estaban a sus
anchas; de modo que hasta los marineros hacían
el servicio, aunque respetuosos y exactos, todos formaban un conjunto de
amigos que bufoneaban y reían, brindaban y se complacían en jugar con las
frases, dirigiendo a porfía un cumplimiento al hombre que encarnaba todo el orgullo
de la patria.
De pronto se oyó un alarido y algo
como el agolpamiento de la marinería por un lado de la cubierta. Grau deja la
servilleta, se levanta y sube precipitadamente por la escalera del salón. Todos
aguardan, silenciosos, el bullicio prosigue. Grau regresa en breves instantes.
Tiene razón, exclama. Los hombres de
mar no podemos sustraernos a los presagios; es una candidez; pero la tripulación
esta inquieta.
¿Qué pasa?
Una tontería; abrazado a la quilla
de nuestro buque, por el lado de proa, acaba de aparecer un lobo, aullando,
como perro sin dueño, y esto para la gente, es como un signo de desgracia.
Qué niñería, exclama alguno.
Lo sabemos, amigo mió, contesta el
ilustrado Ferré; pero tengo plena seguridad, agrega bajando muchísimo la voz, que el Comandante
lleva ya como una lágrima caída en el corazón.
En efecto, Grau desde aquel momento
silencioso y como recogido sobre si mismo, se hubiera dicho que elevaba alguna
plegaria, a la dulce memoria de sus padres; una invocación misteriosa al honor
de su patria; un postrer juramento a su bandera.
La comida concluyó sin animación; los
amigos se retiraron; cada cual fue a su
puesto; y a las seis de la tarde, con las primeras sombras de la noche, el Huáscar
levantó anclas, se estremeció orgulloso, palpitó sobre las superficie de las aguas, con aquel
aliento poderoso que lo animaba, hendió el mar con su quilla, y, dejando su
blanca estela, como la cauda de un cometa, se perdió entre las sombras para no
volver más, llevando en sus entrañas, todo el corazón del Perú.
….."A pesar de la alegría de
los espíritus, como no hay adiós que no sea triste, se pudiera decir que la
escena era melancólica: el mar sereno, dormido como fiera a los pies de su
domador; el peñón imponente; sobre las cabezas el infinito de los cielos; en el
horizonte, la esperanza”….
(*)Fuente: Libro “Homenaje a Grau”(1979)
Ministerio de Marina
Enrique
Bravo Castrillón
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