Por el año 2,008 escribí un artículo haciendo referencia al
poema titulado “VIVA el PERÚ CARAJO “que en esta oportunidad y
por su inalterable vigencia,
deseo dársela a conocer a ustedes estimados lectores , por ser una nota en la que me refería a los desaparecidos
periodistas JORGE DONAYRE BELAUNDE;
MANUEL JESUS ORBEGOZO y al actor don LUIS ALVAREZ.
Mi nota decía así. En mi época escolar, más o menos por el
año 1958, escuchaba un poema titulado “VIVA el PERÚ, CARAJO” que honestamente
no sabía quién lo declamaba con inusitada vehemencia, ni mucho menos quién era
el autor de tan bellos versos. Con el tiempo, conocí a ambos en diferentes
circunstancias, y si bien es cierto no llegué a tener amistad profunda con
ellos, siempre procuré saber algo más de sus calidades personales y de su arte
de escribir y de actuar.
El autor de esta oda, es el reconocido periodista ya fallecido, don JORGE DONAYRE BELAUNDE más conocido como “el Cumpa” quién al venir de su querida Chincha impuso en Lima un estilo informativo que ya lamentablemente no existe. Donayre fue un gran bohemio, profundamente católico y amigo de los de a verdad, quién al iniciarse como periodista en el añejo diario “La Prensa” le imprimió una calidad y un estilo a sus diferentes notas culturales y poesías literarias.
Quién recitaba “VIVA el PERU, CARAJO” era nada menos que don LUIS ÁLVAREZ también fallecido, un destacado actor nacional a quién lo empecé a admirar al apreciar su actuación en la obra teatral “Collacocha”, como repito, en mi época escolar cuando cursaba mis estudios secundarios en el Colegio Nacional “HIPOLITO UNANUE” , en una función que se presentaba en el teatro “La Cabaña”.
El autor de esta oda, es el reconocido periodista ya fallecido, don JORGE DONAYRE BELAUNDE más conocido como “el Cumpa” quién al venir de su querida Chincha impuso en Lima un estilo informativo que ya lamentablemente no existe. Donayre fue un gran bohemio, profundamente católico y amigo de los de a verdad, quién al iniciarse como periodista en el añejo diario “La Prensa” le imprimió una calidad y un estilo a sus diferentes notas culturales y poesías literarias.
Quién recitaba “VIVA el PERU, CARAJO” era nada menos que don LUIS ÁLVAREZ también fallecido, un destacado actor nacional a quién lo empecé a admirar al apreciar su actuación en la obra teatral “Collacocha”, como repito, en mi época escolar cuando cursaba mis estudios secundarios en el Colegio Nacional “HIPOLITO UNANUE” , en una función que se presentaba en el teatro “La Cabaña”.
Regresando a lo nuestro, como un homenaje y para que los jóvenes
de ahora conozcan algo de estos dos grandes peruanos, transcribo unas notas
suscritas por el también periodista don MANUEL JESUS ORBEGOZO (2005) sobre
Jorge Donayre, y de la breve semblanza que escribiera sobre LUIS ÁLVAREZ, el
también actor don RICARDO BLUME, y que a
la letra dice así:
Recuerdos del "CUMPA" JORGE DONAYRE
EL INVERNADERO DEL CENTAURO:
Recuerdos del "CUMPA" JORGE DONAYRE
EL INVERNADERO DEL CENTAURO:
Jorge Donayre Belaunde fue uno de los más destacados
periodistas peruanos de la generación del 50. Murió hace diez años exactos.
Cuando estaba enfermo de muerte, escribí el siguiente artículo que fue publicado
en el diario Expreso. Veamos por qué publico el artículo: “Alguna vez, Jorge
Donayre Belaúnde escribió que los periodistas somos una especie de centauros
porque mitad hombre mitad caballo recorremos todos los caminos de la tierra sin
importarnos que las piedras hieran nuestros cascos o el rigor nos atenace en la
nieve o nos desuellen los calores del infierno. Bufamos, babeamos, nos damos la
cabeza contra el suelo, pugnamos por testimoniar lo bien o mal que hacen
algunos de nuestros congéneres, nos metemos hasta el cuello en la miasma
social; subimos, bajamos; a veces somos felices cuando topamos el horizonte con
nuestras narices, hasta un día en que, cansados de haber recorrido todos los
recovecos del bien y del mal humanos, y pretendido en nuestro afán insomne,
acomodar el mundo aunque sea moviéndolo milímetros de su eje, buscamos el
invernadero. O como los toros de lidia, buscamos las tablas para doblar allí
las manos, aunque procurando hacerlo con suprema valentía y dignidad.
Premonitoriamente, Donayre escribió aquella vez sugiriendo que estaba a punto
de colgar las herraduras. No es que ya no pudiera más con los caminos sino con
las piedras que algunos de los hombres, a veces del mismo oficio, ponemos
adrede en los caminos. No había resentimiento en su breve relincho editorial
sino una especie de sarcasmo a la integridad de los hombres, aquel de sus
desvalores más infamantes. Desde mi cuadra contesté su relincho fustigante para
advertirle que pensar en el retiro así no era ni siquiera posible, que había
que recordar al viejo Hemingway cuando a los dos, a los tres con Mario Saavedra
Piñón, nos dijo que el mayor éxito de la vida es “Durar”. “Todavía duramos,
Cumpa –escribí yo- y eso ya es una éxito para nosotros, no hay por qué
desanimarse”. Pero, Donayre ya lo había decidido, no me hizo caso y se
arrinconó en su invernadero. El nombre de Donayre no debe sonarles mucho a las
generaciones de jóvenes periodistas, pero para quienes militamos en las décadas
que empezaron el 50 cuando el periodismo alcanzó gran apogeo, tiene mucha
significación. Reportero ágil de mente y de alma, su singularidad consistía en
sus crónicas humanas, las cuales parecen haber caído en desuso, como si lo que
le pasa al hombre ya no nos interesara. Donayre escribía así porque es un hombre
con los defectos y las virtudes que tenemos todos los demás, pero con más
sentido humano que todos los demás. Sucede que el “Cumpa Donayre” como lo
conocemos los hombres de su generación está muy enfermo, lo acosa una lenta
enfermedad degenerativa, agravada porque se encuentra solo. Y la soledad es un
mal implacable, la treta con que se disfraza el olvido para pasar de
contrabando a una especie de muerte por knock out; estás en el ring, pero como
si estuvieras muerto. Donayre fue un hombre limpio, bohemio por naturaleza
porque en esos tiempos era hermoso y regocijante practicar la bohemia. Vivía al
día y se plació de vivir a salto de mata, de las redacciones a la calle, los
bares, los amigos, los sucesos, la anécdota y como refugio final, otra vez, las
redacciones. Como Diógenes, se pasaba la vida buscando a un hombre que le
explicara por qué los herreros cometen tantas contradicciones en las herrerías
de este mundo y ya ni siquiera en las utópicas de la mitología. Como el Cínico
griego, a él no le interesaba ni siquiera la escudilla para beber el agua
cuando llegaba al río, le bastaba el cuenco de sus manos. Así es la idea lírica
que me hago de Donayre. El periodista enfermo, sin embargo, no se duele del
pasado, sino del presente, del olvido y de la situación en que se encuentra el
periodismo y sus instituciones nacionales. Mucho de su organismo está mellado
porque todo avanza hacia el crepúsculo, pero lo que no se mella aún es la
lucidez, se da cuenta de todo. Desde su cama de enfermo pugna por alegrar su
alma recordándonos que en sus anaqueles reposan sus días de éxito patentizados
en las dedicatorias y alabanzas que alguna vez le dedicaron Martín Adan, Manuel
Mújica Gallo, Luís Alberto Sánchez, Luís Miró Quesada de la Guerra, Gonzalo Rose y
tantos otros distinguidos representantes de la cultura nacional. Tal vez sea inútil
hacer estas referencias personales, pero el caso es que en sus grandes ojos
saltones hechos a la medida del asombro –que es el alma de la profesión
periodística- nadan hoy dos lágrimas permanentes que no pueden ser otra cosa
que su llanto. ¿Llanto o réquiem?. Porque ¿acaso un periodista, como Donayre,
no debe recibir en sus días de enfermo la asistencia de alguna institución de
periodismo profesional a la que un día llenó sus bodegas con el oro y la plata
de sus crónicas inigualables?. ¿Acaso alguna de esas instituciones no dispone
de asistencia social o sirve siquiera para prestar aliento a un periodistas
solitario?. ¿No es doloroso y hasta absurdo comprobar que personas o
instituciones particulares ajenas a la profesión se sientan más comprometidas
con un reportero de su talla?. ¿Y, acaso no habrá más periodistas que, hoy o
mañana, viva, vivamos, el mismo drama?. Colijo, por otro lado, lo que siente
Donayre en el corazón. El periodismo atraviesa por una crisis de mediocridad
que es necesario superar. De los 20 periódicos que cuelgan en los puestos de
venta como reses en el matadero, 3 o 4 se salvan de la vindicta pública, ya no
solo de los técnicos de la información que somos nosotros sino de cualquier
títere que tenga un centímetro de frente. Solo leer los titulares de algunos de
esos periódicos basta para darnos cuenta del bajo nivel profesional con que se
fabrican las noticias. Las lágrimas de Donayre, acaso evidencian la debacle. No
es cuestión de hacer un melodrama sobre la vida de un hombre, sobre un centauro
en su invernadero, ni aprovecharse de su situación dramática de abandonado,
pero cuán fortificante sería que a su nombre, los periodistas tomáramos
conciencia de la mediocridad del momento y buscáramos la forma de darle otra
imagen, aquella que corresponde a la dignidad de un periódico. Hay que
reaccionar y voltear la página y reconstruir y emprender la ruta
correspondiente a nuestra época y, en consecuencia, con nuestra sociedad todavía
en el infierno. Creo que esa noticia mejoraría notablemente la salud física y
moral de nuestro viejo compañero de aventuras. El centauro Donayre está en su
invernadero tascando el freno porque todavía está vivo y lo ha de estar por
muchos años más. Pero su situación, la imagen de su vida no debe pasar
inadvertida para nadie. Debe servir a la comunidad periodística y a la sociedad
en general para observar la debacle y echarle “aquí y en el instante” unas dos
o tres reflexiones y exigir un mejor comportamiento al periodismo y sus
instituciones, y al hombre por encima de todo”. (Han pasado diez años de su
muerte y las cosas nos han cambiado nada, ni un ápice. Donayre murió en el
abandono y en la soledad como viven y mueren los periodistas. La in fraternidad
entre nosotros enrostrada entonces, subsiste, y la mediocridad periodística,
también. Qué pena que las cosas sigan igual y que a mi ya no me sea posible ver
si en los próximos diez años algo cambia, porque algo debe de cambiar. Escrito
por: Manuel Jesús Orbegozo.
LUIS ALVAREZ.................... ! Señor actor!
LUIS ALVAREZ.................... ! Señor actor!
Por:
RICARDO BLUME
Actor de mil rostros y personajes. El más célebre y
celebrado fue en Collacocha como el Ingeniero Echecopar.
Al hablar de Luís Álvarez estamos hablando sin duda sobre el mejor actor peruano de los últimos cincuenta años. No menosprecio a sus contemporáneos ni olvido, por ejemplo, a Lucho Córdoba, que era muy buen cómico, cabeza de compañía y que desarrolló su carrera teatral principalmente en Chile con esporádicas visitas a nuestro país, siempre a teatro lleno. Utilizando una terminología teatral ya pasada de moda, Luís Álvarez era un primer actor, alguien que encabezaba elencos, haciendo los papeles protagonistas y que dominaba todos los géneros, desde la tragedia hasta la farsa. Una gran personalidad escénica con una preparación técnica de lo más avanzada para su época. Luís Álvarez habría sido un primer actor de gran éxito en países como España y México, que son los que mejor conozco por haber vivido y trabajado en ellos. En cualquiera de estos dos países, yo me preguntaba ¿qué actores peruanos tendrían éxito aquí y cuáles son solamente figuras locales? Mi respuesta sobre Álvarez fue siempre la misma: Lucho sería aquí un primerísimo actor, gozaría del éxito y de sus consecuencias, traducidas en prestigio y excelente posición económica. Cuando visitó otros países como el protagonista de Collacocha (México, Chile, Uruguay) tuvo un éxito impresionante. Los viejos tramoyistas del Teatro del Bosque de Chapultepec todavía lo recuerdan con admiración por su éxito aquí hace 37 años. Y esos servidores de la escena sí saben de teatro. Pero Luís Álvarez era un actor peruano, radicado en su país, dedicado a hacer el mejor teatro, cine y televisión; dirigiendo obras de primer nivel y enseñando a actuar y a amar el arte teatral, desde la ENAE hasta el Instituto Pedagógico (hoy La Cantuta) o el colegio de Guadalupe. Víctima de la ignorancia de las autoridades sobre la importancia del arte, y sin una política cultural coherente y sostenida a través de los años y los gobiernos, Álvarez conoció los buenos tiempos de la Compañía Nacional de la Comedia (Bustamante presidente, Valcárcel su ministro de Educación) -destruida inmediatamente por el general Odría- y vivió el final de su vida con una magra jubilación de maestro y contratándose como actor, casi casi de lo que fuera, en su venerable ancianidad. Ser actor en el Perú ya no irroga infamia (como proclamó San Martín) pero qué duro es. Al final, la ironía macabra del homenaje póstumo. Hay, hermanos...
Ahora si, y para que los jóvenes de ahora, se aprendan de memoria este nuestro segundo himno nacional, transcribo este poema de los nunca olvidados, los queridos peruanos, JORGE DONAYRE y LUIS ALVAREZ.
”Viva el Perú Carajo! Bueno, ha llegado el momento, el momento esperado más de siglo y medio, para que desde la antigua vasija de mi canto extraiga este grito de barro estremecido. Viva el Perú Carajo! Vivan las espumosas olas, sobre las que llegó la historia de Dios en totoras y velas desafiantes. El océano largo y submarino de infinitos profundos habitantes. El voluptuoso cetáceo, las gaviotas, las algas, el bonito y el humilde guanay que ha digerido a millones de libras esterlinas. Viva el Perú Carajo! Este es mi mar, mis islas, mis arenas, mis remos, mis atardeceres y mis redes. Viva este monumento de piedras levantado sobre cimas de la eternidad donde el tiempo no se atreve a morir. Viva esta huaca donde anduvo la raza de los viejos abuelos, abuelos a su vez de 9 millones de serranos, que quedan allá arriba, prendidos en las cumbres; y aquí abajo, servidumbre barata de las casas de Lima, mozos del mayorista, ebrias, turbias postergadas gentes de las barriadas, emolienteros, carretilleros, público sudoroso de los coliseos, chimpunes, driles y camisas de mugre. Viva el Perú Carajo! Este río es peruano, y es su cuna, una huraña fuenteenclavada en la cumbre que vacía y llena el hechizo del cielo, gota a gota o en tempestuosas lluvias. Viene en su lecho con limos y polvos minerales, sembrando valles, preñando y alumbrado la vida de los hombres y de las plantas. Las aves, los peces, indios, mariposas, cholos, blancos, negros, leche, rosas, todo, todo lo siembra el río, que baja desde la nube con fuerza creadora. Viva el Perú Carajo! Viva esta selva sembrada por el propio Señor, una fresca mañana cuando pasó el diluvio, el día que sus dedos, moldearon su mejor creación sobre el Planeta. Aquí la fuerza desata un huracán de lluvias y de orquídeas, llanuras de verdor cubren la tierra donde se enroscan caminos y serpientes. Vuelan los guacamayos, parlotean los monos trapecistas mientras, río arriba surca una canoa en la que van amándose, Carlos Rumiche y su María, seguros de que el río ha de traerles junto a la cesta de peces, el hijo prometido. Viva el Perú Carajo! Viva el hombre peruano, al que no espanta la dura geografía que Dios nos entregó como instrumento, sobre las conmociones cataclísmicas que agitan los cimientos de los mares y la tierra. Sembramos desafiando terremotos, nuevas casas. Nuevas ciudades las riegan las lágrimas transidas de los viejos, de los huérfanos niños, de los hombres. Ja, ja, ja, ja, ja, ja Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto. También al huayco, las inundaciones, las sequías, les sabemos su cara de miseria. Sus derrumbes, sus vértigos de sangre, les conocemos desde viejas edades. Viva el Perú Carajo! Y para todas esas camaradas desdichas, hay un Pedro Quispe y una Juana Flores, que a fuerza de sudor, de coraje y de esperanza, han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe, un ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre; el perfil majestuoso de una iglesia, una costa o una sierra de continuadas urbes que se levantan y caen sin miedo a nada. Para suche comunero es este canto, este fuerte carajo estremecido para sus caminos vecinales y su escuelita de tejas, donde el hijo aprenderá qué es el Perú. Vivan los artesanos, los mineros, los duros labradores que no moran en Lima y han hecho de la Luna, un lamparín de esquivo kerosén, encendida en el techo de los cielos. Viva el hombre de chuyo que solo come charqui y bebe jarros de chicha, repletos de tristeza. Viva su poncho rojo, sus cansadas ojotas, su lánguido charango, las ubres de sus cabras; el seno prieto y duro de sus cholas, su leche tibia, llena de amor y vida. Viva el Perú Carajo! Para Aurelio Celada, caporal de la hacienda costeña, es este canto de carbón y uva negra como el mejor color de su pellejo. Para el duro trajín que le reclama músculos de andracita, firmes muslos para sus grilletes vencidos, sus leyendas de arcángeles, zambos, guitarristas, marcadores de puntas, centro forward, soldadores de gallos, cinturas de alcatraz y cajoneros. Viva el Perú Carajo! Para tirar un carajo por mi patria, le he pedido prestada su cristina de drill a mi hijo Alberto y en la hebra de luz de un blanco cabello de mi finada madre, lanzo un sonoro grito que me nace de las venas, con estruendo de vida, clarinada del alba en el cielo puro. Para tirar un carajo por mi patria, he levantado en sedición a las palomas, garras de cóndor son ahora sus patas, otrora delicado pistilo hoy convertido en lanza. Este niño que toca una corneta en los desfiles de julio, es Juan Mariño, hijo de las esteras, del barro y de la caña brava. Es Juan Mariño, sobrino del triciclo, primo del anticucho. Sobre el lomo del cerro tirita fríos, tiene hambre, en las manos y en las tripas y aunque sólo es dueño de su uniforme comando, es Juan Mariño, el que toca una corneta en los desfiles de julio. Viva el Perú Carajo!
Para tirar un Carajo por mi patria, préstame Juan Mariño la trompeta, tu trompeta de bronce retumbante, quiero lanzarle al mundo un coro de trompetas. Viva el Perú, Carajo Oh río huraño. Oh seca pampa, Oh larga costa, Oh Huascarán, Huandoy, nieves eternas. Oh tranquilo molusco, cactus, piedra, kenko, Sacsayhuamán, Chavín, piedra de siglos. Oh poncho, flecha, choclo, nube, gaviota, prestadme vuestras voces de siglos para inundar de amor todo el paisaje.
Viva el Perú, Carajo !Amo esta dura arcilla, amo este crisantemo y sigo enamorado del olor del romero. Porque estas cosas viejas, conciertos de canarios, cuadernos de dibujo, helechos y retratos esfumados no conduelen mi vida, sino al contrario, alientan las sudadas camisas de mi paso y en la beligerancia de todas las batallas afirmas este grito: ¡Viva el Perú, Carajo!, Viva el Perú, mí patria, sobre todo este rectángulo que es mi única propiedad sobre la tierra, donde los huesos de mi madre dicen aún sus rezos preferidos, sus preocupaciones.¡Viva el Perú!, mi patria, la de mi hijo, de mis amigos buenos, la mujer que me ama, mi provincia, mi derruida casa. Y cuando los diarios digan: el Perú perdió en fútbol, el Perú país pobre, vino otro terremoto, se secaron los ríos, se enlodan los políticos, bajó el sol, se perdió la cosecha, repicaremos desde el fondo de los huesos, el grito poderoso de los hombres de esta tierra, cargada de coraje y de optimismo para decir, como si arrojáramos balas: ¡Viva el Perú Carajo!... ¡Viva el Perú Carajo! …..!VIVA el PERU CARAJO ¡
Al hablar de Luís Álvarez estamos hablando sin duda sobre el mejor actor peruano de los últimos cincuenta años. No menosprecio a sus contemporáneos ni olvido, por ejemplo, a Lucho Córdoba, que era muy buen cómico, cabeza de compañía y que desarrolló su carrera teatral principalmente en Chile con esporádicas visitas a nuestro país, siempre a teatro lleno. Utilizando una terminología teatral ya pasada de moda, Luís Álvarez era un primer actor, alguien que encabezaba elencos, haciendo los papeles protagonistas y que dominaba todos los géneros, desde la tragedia hasta la farsa. Una gran personalidad escénica con una preparación técnica de lo más avanzada para su época. Luís Álvarez habría sido un primer actor de gran éxito en países como España y México, que son los que mejor conozco por haber vivido y trabajado en ellos. En cualquiera de estos dos países, yo me preguntaba ¿qué actores peruanos tendrían éxito aquí y cuáles son solamente figuras locales? Mi respuesta sobre Álvarez fue siempre la misma: Lucho sería aquí un primerísimo actor, gozaría del éxito y de sus consecuencias, traducidas en prestigio y excelente posición económica. Cuando visitó otros países como el protagonista de Collacocha (México, Chile, Uruguay) tuvo un éxito impresionante. Los viejos tramoyistas del Teatro del Bosque de Chapultepec todavía lo recuerdan con admiración por su éxito aquí hace 37 años. Y esos servidores de la escena sí saben de teatro. Pero Luís Álvarez era un actor peruano, radicado en su país, dedicado a hacer el mejor teatro, cine y televisión; dirigiendo obras de primer nivel y enseñando a actuar y a amar el arte teatral, desde la ENAE hasta el Instituto Pedagógico (hoy La Cantuta) o el colegio de Guadalupe. Víctima de la ignorancia de las autoridades sobre la importancia del arte, y sin una política cultural coherente y sostenida a través de los años y los gobiernos, Álvarez conoció los buenos tiempos de la Compañía Nacional de la Comedia (Bustamante presidente, Valcárcel su ministro de Educación) -destruida inmediatamente por el general Odría- y vivió el final de su vida con una magra jubilación de maestro y contratándose como actor, casi casi de lo que fuera, en su venerable ancianidad. Ser actor en el Perú ya no irroga infamia (como proclamó San Martín) pero qué duro es. Al final, la ironía macabra del homenaje póstumo. Hay, hermanos...
Ahora si, y para que los jóvenes de ahora, se aprendan de memoria este nuestro segundo himno nacional, transcribo este poema de los nunca olvidados, los queridos peruanos, JORGE DONAYRE y LUIS ALVAREZ.
”Viva el Perú Carajo! Bueno, ha llegado el momento, el momento esperado más de siglo y medio, para que desde la antigua vasija de mi canto extraiga este grito de barro estremecido. Viva el Perú Carajo! Vivan las espumosas olas, sobre las que llegó la historia de Dios en totoras y velas desafiantes. El océano largo y submarino de infinitos profundos habitantes. El voluptuoso cetáceo, las gaviotas, las algas, el bonito y el humilde guanay que ha digerido a millones de libras esterlinas. Viva el Perú Carajo! Este es mi mar, mis islas, mis arenas, mis remos, mis atardeceres y mis redes. Viva este monumento de piedras levantado sobre cimas de la eternidad donde el tiempo no se atreve a morir. Viva esta huaca donde anduvo la raza de los viejos abuelos, abuelos a su vez de 9 millones de serranos, que quedan allá arriba, prendidos en las cumbres; y aquí abajo, servidumbre barata de las casas de Lima, mozos del mayorista, ebrias, turbias postergadas gentes de las barriadas, emolienteros, carretilleros, público sudoroso de los coliseos, chimpunes, driles y camisas de mugre. Viva el Perú Carajo! Este río es peruano, y es su cuna, una huraña fuenteenclavada en la cumbre que vacía y llena el hechizo del cielo, gota a gota o en tempestuosas lluvias. Viene en su lecho con limos y polvos minerales, sembrando valles, preñando y alumbrado la vida de los hombres y de las plantas. Las aves, los peces, indios, mariposas, cholos, blancos, negros, leche, rosas, todo, todo lo siembra el río, que baja desde la nube con fuerza creadora. Viva el Perú Carajo! Viva esta selva sembrada por el propio Señor, una fresca mañana cuando pasó el diluvio, el día que sus dedos, moldearon su mejor creación sobre el Planeta. Aquí la fuerza desata un huracán de lluvias y de orquídeas, llanuras de verdor cubren la tierra donde se enroscan caminos y serpientes. Vuelan los guacamayos, parlotean los monos trapecistas mientras, río arriba surca una canoa en la que van amándose, Carlos Rumiche y su María, seguros de que el río ha de traerles junto a la cesta de peces, el hijo prometido. Viva el Perú Carajo! Viva el hombre peruano, al que no espanta la dura geografía que Dios nos entregó como instrumento, sobre las conmociones cataclísmicas que agitan los cimientos de los mares y la tierra. Sembramos desafiando terremotos, nuevas casas. Nuevas ciudades las riegan las lágrimas transidas de los viejos, de los huérfanos niños, de los hombres. Ja, ja, ja, ja, ja, ja Nosotros somos súbditos del temblor y el terremoto. También al huayco, las inundaciones, las sequías, les sabemos su cara de miseria. Sus derrumbes, sus vértigos de sangre, les conocemos desde viejas edades. Viva el Perú Carajo! Y para todas esas camaradas desdichas, hay un Pedro Quispe y una Juana Flores, que a fuerza de sudor, de coraje y de esperanza, han atrapado un rayo enfurecido entre sus manos y lo han hecho una estera de amor, un duro adobe, un ladrillo rojo, una vivienda rústica, una torre; el perfil majestuoso de una iglesia, una costa o una sierra de continuadas urbes que se levantan y caen sin miedo a nada. Para suche comunero es este canto, este fuerte carajo estremecido para sus caminos vecinales y su escuelita de tejas, donde el hijo aprenderá qué es el Perú. Vivan los artesanos, los mineros, los duros labradores que no moran en Lima y han hecho de la Luna, un lamparín de esquivo kerosén, encendida en el techo de los cielos. Viva el hombre de chuyo que solo come charqui y bebe jarros de chicha, repletos de tristeza. Viva su poncho rojo, sus cansadas ojotas, su lánguido charango, las ubres de sus cabras; el seno prieto y duro de sus cholas, su leche tibia, llena de amor y vida. Viva el Perú Carajo! Para Aurelio Celada, caporal de la hacienda costeña, es este canto de carbón y uva negra como el mejor color de su pellejo. Para el duro trajín que le reclama músculos de andracita, firmes muslos para sus grilletes vencidos, sus leyendas de arcángeles, zambos, guitarristas, marcadores de puntas, centro forward, soldadores de gallos, cinturas de alcatraz y cajoneros. Viva el Perú Carajo! Para tirar un carajo por mi patria, le he pedido prestada su cristina de drill a mi hijo Alberto y en la hebra de luz de un blanco cabello de mi finada madre, lanzo un sonoro grito que me nace de las venas, con estruendo de vida, clarinada del alba en el cielo puro. Para tirar un carajo por mi patria, he levantado en sedición a las palomas, garras de cóndor son ahora sus patas, otrora delicado pistilo hoy convertido en lanza. Este niño que toca una corneta en los desfiles de julio, es Juan Mariño, hijo de las esteras, del barro y de la caña brava. Es Juan Mariño, sobrino del triciclo, primo del anticucho. Sobre el lomo del cerro tirita fríos, tiene hambre, en las manos y en las tripas y aunque sólo es dueño de su uniforme comando, es Juan Mariño, el que toca una corneta en los desfiles de julio. Viva el Perú Carajo!
Para tirar un Carajo por mi patria, préstame Juan Mariño la trompeta, tu trompeta de bronce retumbante, quiero lanzarle al mundo un coro de trompetas. Viva el Perú, Carajo Oh río huraño. Oh seca pampa, Oh larga costa, Oh Huascarán, Huandoy, nieves eternas. Oh tranquilo molusco, cactus, piedra, kenko, Sacsayhuamán, Chavín, piedra de siglos. Oh poncho, flecha, choclo, nube, gaviota, prestadme vuestras voces de siglos para inundar de amor todo el paisaje.
Viva el Perú, Carajo !Amo esta dura arcilla, amo este crisantemo y sigo enamorado del olor del romero. Porque estas cosas viejas, conciertos de canarios, cuadernos de dibujo, helechos y retratos esfumados no conduelen mi vida, sino al contrario, alientan las sudadas camisas de mi paso y en la beligerancia de todas las batallas afirmas este grito: ¡Viva el Perú, Carajo!, Viva el Perú, mí patria, sobre todo este rectángulo que es mi única propiedad sobre la tierra, donde los huesos de mi madre dicen aún sus rezos preferidos, sus preocupaciones.¡Viva el Perú!, mi patria, la de mi hijo, de mis amigos buenos, la mujer que me ama, mi provincia, mi derruida casa. Y cuando los diarios digan: el Perú perdió en fútbol, el Perú país pobre, vino otro terremoto, se secaron los ríos, se enlodan los políticos, bajó el sol, se perdió la cosecha, repicaremos desde el fondo de los huesos, el grito poderoso de los hombres de esta tierra, cargada de coraje y de optimismo para decir, como si arrojáramos balas: ¡Viva el Perú Carajo!... ¡Viva el Perú Carajo! …..!VIVA el PERU CARAJO ¡
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1 comentario:
Hermozo el poema ,lo declamé hace 40 años en el cole!!!
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